Economía colaborativa en la era digital

Por: Grace Korzanowski, María Paz Olea, Clemente Perez

Hoy en día vivimos en la era del Antropoceno. ¿Qué significa esto? En palabras de Peter Sloterdijk, que “el ser humano se ha convertido en responsable de la ocupación y administración de la Tierra en su totalidad desde que su presencia en ella ya no se lleva a cabo al modo de una integración más o menos sin huellas” (p. 4) Como podrán notar, lo que se nos atribuye no es una responsabilidad menor, por lo que este filósofo primero se cuestiona si efectivamente puede sernos atribuida. Como la popular expresión predica, “la verdad incómoda” es que sí, a través de nuestras emisiones indirectas sobre el planeta, como el provocado por nuestro poder pastoral (la dominación de animales), las emisiones de gases efecto invernadero, la agricultura industrial, en suma, la extensa repercusión de la actividad humana sobre la naturaleza nos permite poner “en juicio” al humano sobre su acción en el planeta (p. 6). 

A nadie le gusta ser llamado a un tribunal a ser juzgado. Menos cuando se trata sobre uno que altera de manera radical la concepción existencial que tenemos de nosotros mismos en el cosmos. Se podría alegar inconsciencia, que el humano no merece el deber que conlleva esta responsabilidad pues no conoce ninguna ley, o esta no puede ser retroactiva. Sin embargo, esto sería un autoengaño. La ley siempre ha estado, y ya se descubrió, al menos, con Wilhelm Ostwald (1853- 1932) y dice: los recursos de la Tierra son finitos (Sloterdijk, p. 12). Esto, al menos, bajo una perspectiva razonable sobre las capacidades del humano actuales y lo que el estado actual de la ciencia nos dice. De esta manera, nos sobreviene una poderosa crisis de angustia existencial, pues “sería el final de la despreocupación cósmica, que estaba en la base de las formas históricas del ser-en-el-mundo humano” y “a la humanidad se le emplaza desde ya a un ethos alternativo del uso de la naturaleza” (Sloterdijk, p. 11, 12). ¿Cómo sobrellevar esta responsabilidad? Sobre esto es lo que reflexionaremos desde la perspectiva etimológica de la palabra economía, a saber, la administración de la casa. 

La casa es compartida

Una parte esencial de nuestro modo de habitar esta casa es que la compartimos con otros seres. ¿Cómo, entonces, saber que es una buena administración de la casa, si consideramos que esos otros seres pueden tener valores o intereses distintos? John Rawls (en Tirole, p. 14) propuso una forma efectiva de eliminar la arbitrariedad recurrente al intentar definir el bien común para estos seres. Intentar definirlo mediante un velo de la ignorancia. Reformulando y parafraseando, este velo incita la pregunta ¿qué tipo de administración del hogar te gustaría si no supieras qué lugar, como ser, te correspondería en aquel tipo de administración; si no supieras si serás un pez, alguien pobre, o un oligarca? Reduciendo y simplificando la pregunta, para términos de esta reflexión, y tener un marco de fines más o menos definido, consideraremos que, al menos, es deseable una administración que cumpla con los objetivos de desarrollo sostenible que propone la ONU. 

Sin embargo, ya sabemos que a nuestra administración se le impone una responsabilidad. Los recursos de la Tierra son finitos. En base a esto, se deduce, como nota Ostwald, un imperativo energético (Sloterdijk, p.12). Para el humano alcanzar cualquier objetivo requiere del consumo de energía. Por lo tanto, alcanzar los que nos hemos propuesto como bien común para todos los seres de la Tierra de forma imparcial, requiere de tremendas cantidades de esta. Sabemos, no obstante, que la que podemos extraer de la Tierra tiene límites. La única fuente casi ilimitada de energía es el Sol, pero desde nuestra casa nos es muy difícil aprovecharla en la medida que necesitamos y asimismo nuestros medios para hacerlo son finitos. En este sentido, nuestra responsabilidad en la era del Antropoceno es administrar bien la energía que tenemos, lo que inevitablemente nos conduce a tener que compartirla y usarla de manera eficiente y sostenible en el tiempo.

En un contexto de crisis en nuestra relación con la naturaleza, en que ella amenaza con cerrar por fuera las aspiraciones que hay en nuestra casa, se hace necesario una transición a una nueva forma de administración, una acorde a nuestra responsabilidad. De otra forma, la ley de la naturaleza nos castigará sin piedad, pues somos culpables por aquella forma de estar-en-el-mundo despreocupada del bienestar del hogar como un todo. Esta nueva administración es posible gracias el desarrollo tecnológico humano impulsado ya por la 4ta revolución industrial, y una de sus aristas tiene que ver con avanzar hacia una economía colaborativa. Esta oportunidad debe ser aprovechada éticamente para cargar con nuestra responsabilidad. 

Las nuevas generaciones y el inicio de una economía colaborativa

Según Jeremy Rifkin (2014) una de las principales razones de esta crisis es que los seres humanos hemos pasado décadas con una mentalidad materialista en que vemos la naturaleza desde un punto de vista instrumental, valorándose estrechamente por su utilidad y beneficios económicos. Rifkin señala que este materialismo desenfrenado genera desconfianza, temor, soledad y pérdida de empatía en las personas, alejándolas de lo que realmente permite obtener felicidad: los vínculos sociales. 

A pesar la poderosa publicidad consumista, que promete que el consumo nos va a dar lo que nos hace falta para ser felices, orientando generaciones hacia una cultura materialista, estudios señalan que nuevas generaciones poseen una mentalidad distinta. El autor nos habla de cómo la generación Y – o más conocidos como millenials – tienden a sentir mucha más empatía que sus antecesores, muestran más preocupación por otros y tienen menor interés en los bienes materiales. El caso de Chile no es distinto, la encuesta nacional de la juventud, llevada a cabo por el INJUV (2018), nos muestra una población joven con mayor apertura a diversas agendas en comparación con la población adulta, como la defensa de derechos de las comunidades LGTB, inmigrantes, pueblos indígenas y la igualdad de género. Entonces, en palabras del autor, “esta generación impulsa una economía basada en compartir que es menos materialista, más sostenible, menos oportunista y más empática” (p. 350). 

Además, a partir de Hidalgo (2017) podemos entender que la estructura industrial y las actividades económicas de un país van a depender del nivel de confianza y el tipo de relaciones y redes que existen en él. Las redes sociales más grandes, permitirán acumular un mayor conocimiento y por lo tanto también orientar la acción hacia actividades más complejas. Es positivo entonces que otra de las características de esta generación es que a lo largo de su vida han convivido con acceso a internet y variadas tecnologías, ya que permiten una amplia conexión a través del espacio virtual que carece de los límites que han separado a la humanidad por siglos; ya sean ideológicos, culturales o comerciales (Rifkin, 2014). Esto indica que a partir de las tendencias generales hacia las que se mueven nuestras sociedades, hacia provocar la emergencia de aquella parte más profunda de la naturaleza humano a través de las nuevas tecnologías, su parte empática, podemos concluir que es factible generar los cambios necesarios.

Si bien la confianza es lo que nos permite formar y mantener estas redes, de ella no depende determinar el conocimiento que poseen y hacia dónde orientan sus actividades. Pero como mencionamos, nos encontramos ante una juventud que cumple con ambos requisitos: posee amplias redes y además se caracteriza – a diferencia de sus antepasados – por poseer mayor empatía y tener un compromiso con el cuidado del planeta. Esto en la actualidad se está viendo reflejado en un cambio de foco de la actividad económica, cuyas recientes innovaciones no tienen como principal interés sacar provecho individual, sino que están orientadas hacia una economía colaborativa. 

Herramientas y tecnologías que hacen esta economía posible

De la mano de la 4ta revolución industrial, y en gran parte gracias al desarrollo del Internet de las cosas (IdC), han surgido una gran cantidad de plataformas que permiten generar transacciones con fines que van más allá de lo económico, como la sustentabilidad o la creación de vínculos. Estas “resuelven un doble problema: el de poner en contacto a los usuarios y el de suministrar una interfaz tecnológica que permite su interacción” (Tirole, p. 407). Ellas hacen cada vez más accesible lo que se conoce como economía colaborativa. No obstante, también esconden riesgos y condiciones para que esta trabaje en pos del bien común.

Por ejemplo, no se debe confundir empresas que no tienen la propiedad sobre lo que ofrecen, como Uber, con aquellas plataformas que buscan generar una economía colaborativa, en las que no hay una competencia entre los usuarios, sino casi pura colaboración donde la plataforma solo actúa como un medio para conectarse. Esto no quiere decir que en éstas las distintas plataformas no produzcan utilidades para sí mismas mediante el cobro de gastos de gestión, de lo contrario no podrían subsistir. En cambio, en Uber el principal objetivo de la plataforma es aprovechar la situación que provee el internet para sacar una renta. 

Por otro lado, existen aplicaciones que practican economía colaborativa, en específico lo que se conoce como autos compartidos, encontramos a Blablacar y Carpool, las cuales conectan a conductores que deseen hacer un viaje y a pasajeros que deban llegar al mismo destino, aquí el conductor no busca ganar dinero con su viaje, sino que compartir los gastos. En relación a lo anterior,  uno de los miembros del equipo de Carpool argentina en la charla TEDx presenta que la principal motivación de las personas para compartir sus trayectos no es el interés económico, sino que la generación de vínculos con otros, que se debe a la confianza que tenemos hacia otro que no conocemos, esto se produce gracias a la masificación de internet que nos permite tener una referencia inicial del otro.

Si bien ambas aplicaciones pertenecen a lo que se llama el “mercado de dos caras”, es decir, “a un mercado en el que un intermediario (…) permite que compradores y vendedores interactúen” (Tirole, p. 406), en el de Uber vemos que la colaboración que la plataforma provee es individualista y además no promueve, por ejemplo, la eficiencia energética. En cambio, Blablacar y Carpool la plataforma justamente promueve la eficiencia energética conectando las necesidades de los oferentes y demandantes a costo casi cero.

En base a esto, podemos entender que en general el tipo de economía colaborativa es la que, aprovechando las bondades que las tecnologías de la 4ta revolución provee, incita a la disminución de los costos de transacción y de identificación (demorar menos en encontrar lo que me gusta y/o quiero) a la vez que permiten disminuir el sobreconsumo de recursos naturales, mediante el compartir y reutilizar, y así una transición a una mentalidad en la cual pasa a ser más importante poder usar un objeto cuando lo necesito, que tener el objeto. Además, como argumenta Tirole (p. 409), para que subsista esta economía es necesaria la confianza, de parte del consumidor, en la imparcialidad y calidad de las recomendaciones, en poder eliminar datos personales cuando así se exige, y en que los datos propios no se transfieran a terceros. Esto es fundamental (mantener la confianza en la economía colaborativa), en la línea de Hidalgo porque la economía se construye mejor en bases de confianza, y de Rifkin de que estos cambios tienden a hacer emerger la empatía y la solidaridad que debe ser conservada. Para ello es fundamental la transparencia, educación y confianza sobre estas plataformas. 

Conclusión 

Para construir una nueva economía, una administración del hogar acorde al desafío que nos presenta nuestro lugar en el Antropoceno, las nuevas tecnologías de la 4ta revolución industrial presentan una tremenda oportunidad para el desarrollo de una economía colaborativa. Sin embargo, para que estas tecnologías trabajan efectivamente para el bien común y los objetivos de desarrollo sostenible que nos propongamos, deben considerarse según promuevan la eficiencia energética, la confianza, la empatía y la colaboración. Pues sin estos últimos se hace casi imposible sobrellevar la responsabilidad que la naturaleza nos ha impuesto; o bien, nos hemos ganado por nuestra despreocupación del mundo en nuestro ser-en-el-mundo.

Referencias

  • Hidalgo, C. (2017). El triunfo de la información. La evolución del orden: de los átomos a las economías. Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial.
  • Instituto Nacional de la Juventud. (2018). Novena encuesta nacional de juventud. Recuperado de http://www.injuv.gob.cl/noticias/9encuesta 
  • Rifkin, J. (2014). La sociedad de coste marginal cero. El Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo. Buenos Aires: Paidós.
  • Sloterdijk, P. (2018). ¿Qué sucedió en el siglo XX?. Siruela.
  • Tirole, J. (2017). La economía del bien común. Madrid: Taurus. 

Recursos audiovisuales

Charla Tedx:

Entrevista a Blablacar:

 

4 comments

  1. Hola compañerxs, me parece muy interesante la argumentación que elaboraron en línea a los postulados de Rifkin (2014) en cuanto a lo que el autor postula como Procomún Colaborativo, el que se entiende como un nuevo sistema económico que apunta a lograr las metas de sostenibilidad global a partir de la disminución de los costos de la producción gracias a la tecnología, junto a la creciente atmósfera de colaboratismo de las nuevas generaciones, las que perciben que el bienestar no está en fines materialistas, sino más bien en la colaboración y en la empatía. Ahora bien, lograr las metas de sostenibilidad que ha propuesto la Organización de las Naciones Unidad (ONU) para hacer viable la existencia en las especies durante los próximos años es una responsabilidad que, según mi criterio, no se le puede atribuir a iniciativas individuales -en el caso de la sociedad civil-, y periféricas -en el caso de las empresas-.
    En relación a lo anterior, la responsabilidad de ejercer acciones para contribuir al cumplimiento de las metas de sostenibilidad de la ONU deben están pensadas en términos estructurales, pues las iniciativas en términos de agencia individual no generarían el impacto necesario para subvertir la hostilidad que ha generado el sistema económico imperante a nuestra tierra.
    Como agentes condicionados dentro de un sistema, podríamos tener muy buenas intenciones respecto al cambio de conciencia sobre la convivencia en nuestro planeta, pero en términos prácticos, nuestra capacidad deliberativa para un cambio radical en nuestra forma de vivir en el mundo es casi nula. En ese sentido, quienes deben tomar un rol protagónico en la ofensiva contra el cambio climático son las empresas y los estados, impulsando reformas estructurales respecto a la temática. Lamentablemente y como ya se ha percibido, lograr que los gobiernos generen consensos mínimos para tomar acciones contra el cambio climático es una apuesta que no se ha podido concretar, pues independiente de la atmosfera de colaboratismo de las nuevas generaciones que plantea Rifkin, los intereses materialistas de quienes controlan el mundo aún son muy profundas para que sus acciones se rijan por sentimientos empáticos y altruistas.
    Les dejo una nota de prensa del año pasado en el marco de la COP-25, en la que se muestra la incapacidad de los gobiernos para ponerse de acuerdo en puntos mínimos para sortear el cambio climático, y por tanto, la vida sostenible: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-50800493

    1. Hola Dani, muchas gracias por tu comentario. Concuerdo contigo en que lo que se necesitan son cambios estructurales para llegar a un modelo sostenible. Sin embargo, como bien indicas, varios gobiernos y grandes empresas no dan indicios de provocar el giro radical que necesitamos. Creo que nuestro artículo expone que, a pesar de ello, las condiciones tecnológicas y existenciales si hablan en favor de la posibilidad de ese giro. Las tecnologías en términos de posibilitar una economía compartida y de abundancia, y las condiciones existenciales en términos de promover un ethos de empatía y responsabilidad con la naturaleza. Los cambios estructurales también pueden darse desde una presión (por la emergencia de estas condiciones) “desde abajo” hacia las élites.

  2. Efectivamente la tecnologías del siglo XXI tienen el potencial de generar una colaboración radical entre las personas, la que potenciada hacia el desarrollo sostenible podría generar enormes beneficios sociales y medioambientales. Así pasó con la ya antigua Wikipedia, cuya lógica se exportó con los años a una larga cola de nichos de contextos y cosas, desde apps para viajar hasta sistemas para compartir traslados. Sin embargo, en este argumento aparecen algunos problemas, como por ejemplo, la tendencia a generalizar sobre los millenials. Si bien es una generación más empática, también es más individualista y narcisista, por lo que habrían algunas paradojas que resolver antes de embarcarnos en un optimismo por la superación de las amenazas del Antropoceno. Por otro lado, esta generación no es pareja y es estructurada por especificidades sociales y culturales, la desigualdad también los diferencia. A pesar de esto, estoy de acuerdo con ustedes con que es factible salvar el planeta por medio del uso intensivo de medios electrónicos colaborativos y claramente esto está recién comenzando.

    1. Gracias por su comentario, entiendo que es contradictorio el generalizar a los millenials como empáticos, sin embargo creo que esta es una característica que se ha ido desarrollando dentro del grupo y permitiría mejorar el planeta mediante el uso de recursos tecnológicos.
      Saludos.

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